La vida real, en ocasiones, tiene una manera extraordinaria de sorprendernos con eventos que parecen sacados de la ficción. Hace poco, viví una experiencia que parecía escrita en las páginas de una de mis fantasías eróticas. Si alguna vez has soñado con un momento en que la ficción y la realidad se entrelacen de manera fascinante, prepárate para esta anécdota.
Era un sábado cualquiera. Mi esposo y yo habíamos decidido disfrutar de una velada romántica. Después de una cena deliciosa, nos dirigimos al centro de la ciudad para tomar unas copas. La atmósfera era relajada, con música suave y luces tenues que creaban el ambiente perfecto para una conversación tranquila. Pero justo cuando comenzábamos a relajarnos, un hombre se acercó a nuestra mesa con una sonrisa amplia. A pesar del ambiente casual del lugar, había algo en su presencia que me hizo sentir un cosquilleo de inquietud.
—Perdona, ¿eres Deva?
No es la primera vez que uno de mis lectores me reconoce por la calle, y normalmente soy amable, pero después de dos semanas en Marruecos sin mi esposo, queríamos pasar una noche tranquila. Le había prometido que esa semana estaría solo con él.
—Lo siento, pero estoy aquí con mi esposo tomando algo y… —intenté explicarle.
—Me encantan todas tus novelas, las he leído todas. Te he reconocido por la foto de perfil que tienes en el canal de Telegram y también por tus redes sociales. Me creé un perfil falso para poder seguirte —aseguró con un brillo travieso en los ojos.
No pude evitar reír ante su entusiasmo y asentí, invitándolo a unirse a nosotros. Resultó ser un lector ferviente de mis obras y la conversación comenzó a fluir con una chispa inesperada.
A medida que charlábamos, la conversación se volvía cada vez más animada. Mi lector tenía un talento natural para hacer preguntas intrigantes y compartir sus propias impresiones sobre mis libros.
—¿De verdad tienes esa confianza con el mayor de tus hijos?
—Puedo asegurarte que es mi mejor lector; a veces incluso me ayuda escribir algunos pasajes.
—Supongo que tu relación con él cambió cuando se dio cuenta de que eras la amante de su mejor amigo. ¿Nunca has pensado que pueda vivir la fantasía de estar contigo a través de su amigo? Quizás deberías escribir la segunda parte de "Seducida por el amigo de mi hijo".
—He escrito una segunda edición de mis obras, donde he ampliado mucho el texto. Creo que en este caso en particular han quedado algunas cosas más claras.
Hablamos apasionadamente sobre cada una de mis novelas, profundizando en los temas que más le habían interesado. Mi esposo, siendo el caballero que es, se mostró encantado con la conversación y nos dejó disfrutar de nuestro tiempo juntos, manteniéndose en un segundo plano.
La noche avanzó y, casi sin darnos cuenta, la conversación nos llevó a temas muy íntimos y personales. Él me contó que tenía dos hijos y que estaba casado, pero que su esposa no era una mujer demasiado activa y fantasiosa. Me confesó, apenado, que a veces sentía que no había vivido experiencias interesantes y que había desperdiciado una parte de su vida, muy importante para él. Por eso, se veía "obligado" a recurrir a Internet para leer relatos eróticos que lo ayudaban a vivir de alguna forma sus fantasías. Me contó que su esposa y sus hijos estaban en el pueblo pasando el fin de semana y que él no había podido ir porque había tenido que trabajar esa misma tarde.
La química entre nosotros era palpable y, antes de que pudiera procesarlo, nos encontramos hablando sobre la magia y el misterio detrás de mis historias eróticas. A medida que la conversación se tornaba más picante, mi lector me pidió que le regalara el tanga firmado que llevaba puesto, algo que se ha convertido en un ritual habitual entre los lectores que me reconocen en la calle. Cuando ya me levantaba para ir al servicio y cumplir su encargo, la confianza de haber estado hablando con él durante más de una hora se interpuso. Me rogó que le haría mucha ilusión observar de cerca cómo me lo quitaba.
Así fue como acabamos los tres en el coche, que mi esposo había estacionado en una esquina tranquila. Las luces de la ciudad parpadeaban a nuestro alrededor mientras nos sumergíamos en una charla sobre fantasías y deseos. Mi esposo se sentó en el asiento del conductor y nosotros dos lo hicimos en la parte trasera.
Mientras estábamos allí, la conversación fluyó naturalmente hacia una intensidad más íntima. Mi lector se inclinó hacia mí y, antes de darme cuenta, nuestras bocas se encontraron en un beso apasionado. Fue un beso que comenzó con una suavidad tentadora, pero rápidamente se convirtió en un intercambio ardiente. Sentí sus labios presionándose contra los míos con una urgencia que me hizo perder el aliento. Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome aún más cerca de él, mientras yo correspondía con el mismo fervor.
—No voy a follar contigo —indiqué directamente—. He estado dos semanas fuera, sola con unos amigos, y le he prometido a mi esposo que este fin de semana solo lo haría con él.
—Estar aquí contigo ya es suficiente premio. Es mucho más de lo que nunca me hubiera imaginado… Te juro que nunca había engañado a mi esposa. Mi mayor infidelidad ha sido ese beso.
Seguidamente, nos dimos otro más, esta vez aún más intenso. Sentí sus manos deslizarse con firmeza por mi ropa, recorriendo cada curva con una mezcla de urgencia y delicadeza. Sus dedos se enredaron en mi cabello, tirando ligeramente y provocándome un escalofrío de placer. Mis propias manos exploraban su pecho, sintiendo los latidos acelerados de su corazón a través de la tela de su camisa, que fui desabrochando lentamente. Besé su torso, su cuello… Me deleité con su olor a hombre.
La proximidad y la intimidad del espacio cerrado del coche amplificaban cada sensación. El calor de su cuerpo contra el mío, el sabor de su boca. Por un momento, maldije mi promesa. Deseaba entregarme a él, demostrarle que era la misma Olivia que protagonizan mis novelas.
Sentí el deseo arder más intensamente dentro de mí y, con una sonrisa pícara, decidí darle un regalo que no olvidaría. Me separé ligeramente de él, lo suficiente para que pudiera verme. Con movimientos deliberados, comencé a subir el vestido, deslizándolo lentamente por mis muslos hasta que quedó enrollado alrededor de mis caderas. Mis ojos nunca se apartaron de los suyos mientras lo hacía, disfrutando de la mezcla de sorpresa y lujuria en su mirada.
Levanté un poco el culo del asiento, lo justo para enganchar mis dedos en la cintura del tanga. Empecé a bajarlo, despacio, dejando que la tela se deslizara por mis muslos. Sentí su mirada fija en mí, la intensidad de su deseo casi tangible en el aire. El tanga llegó hasta mis rodillas y luego lo deslicé hasta mis tobillos, dejándolo caer finalmente al suelo del coche.
Me senté de nuevo, abriendo las piernas ligeramente, permitiéndole una vista clara de mi intimidad. Sus ojos recorrieron mi cuerpo con avidez, y en ese momento supe que había logrado lo que quería: capturar toda su atención y deseo.
—Por lo menos puedes decir que le has visto el coño a tu escritora erótica favorita —manifesté sonriendo.
Él no quitaba ojo.
—Pensé que lo llevabas depilado —expresó sonriendo.
Yo me reí. Desde mis vacaciones, donde me había dejado crecer el vello para que mis amigos árabes pudieran ver que efectivamente era rubia natural, algo que allí valoran mucho. Pensé que desde el viernes que había regresado solo me lo había visto mi esposo. Le conté la anécdota de por qué me había dejado pelitos a la altura de mi pubis, mientras le entregaba mi tanga de color negro, húmedo y caliente. Mi esposo me dejó un rotulador dorado permanente de punta fina, que compré para estas ocasiones, y firmé la prenda con mi pseudónimo: Deva Nanddiny.
Él lo cogió fascinado, leyó la firma y lo olió con intensidad, lo besó y después se lo guardó en el bolsillo de sus pantalones. Sentí el incontrolable impulso de tocar in situ su excitación; necesitaba sentir su dureza entre mis dedos. Abrí su bragueta mientras volvíamos a juntar nuestras bocas en un beso infinito. Toqué el calor de su virilidad en mis manos, sacándola para afuera. La contemplé durante unos segundos y comencé a mover mi mano. Él gimió, ahogando el sonido en mi boca.
—Sigue, sigue...
Noté sus dedos calientes sobre mis muslos, ascendiendo lentamente, como si saboreara cada centímetro de mi piel. El deseo de que me acariciara me hizo arquear ligeramente la espalda, mis sentidos se agudizaban con cada milímetro que sus dedos avanzaban. El calor de su tacto enviaba oleadas de placer a través de mi cuerpo, y cuando finalmente rozaron mi vulva, sentí una descarga eléctrica que me dejó sin aliento.
—¡Ah...!
Un gemido escapó de mis labios, ahogado en el beso profundo que compartíamos. Sus dedos jugueteaban con mis pliegues húmedos, explorando con una mezcla de urgencia y delicadeza que me hizo estremecer. El placer era tan intenso que por un momento me sentí tentada a dejarme llevar, a ceder completamente a ese primer contacto.
Pero en el último segundo, recordé la promesa que le había hecho a mi esposo. Con un esfuerzo titánico, aparté su mano, guiñándole un ojo y sonriendo con picardía.
—No, hoy no —murmuré contra sus labios, con mi voz ronca por el deseo. Sabía que si lo dejaba acceder más dentro de mí, perdería el control de mi cuerpo y rompería la promesa que el día antes le había hecho a mi marido.
Él asintió, comprendiendo y respetando mi decisión, aunque el fuego en sus ojos no disminuyó. Sin perder el ritmo, seguí acariciándolo, sintiendo cómo su excitación crecía bajo mi mano. Los gemidos que emanaban de su garganta eran un reflejo de la pasión que ardía entre nosotros. No tardó en vaciarse sobre mi mano entre fuertes gemidos, su cuerpo temblaba mientras se liberaba, sin dejar de besarme ni un solo segundo, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.
La sensación de su liberación, cálida y pegajosa, fue una confirmación de la intensidad del momento. Sentí una mezcla de satisfacción y poder al haberlo llevado hasta ese punto sin romper mi promesa. Nos miramos, nuestras respiraciones permanecían entrecortadas, y confirmándome que ambos habíamos compartido algo profundo e inolvidable.
Cuando su respiración comenzó a serenarse, me despedí de él, asegurándole que escribiría unas líneas sobre nuestro fortuito encuentro en mi blog. No como un relato, pero sí como una reseña de un momento íntimo.
La noche terminó con un cálido adiós y la promesa de continuar nuestras conversaciones en otro momento, cuando la casualidad nos volviera a juntar. La experiencia no solo me dejó una historia agradable para contar, sino que también reafirmó la increíble conexión que puede surgir entre las palabras escritas y los encuentros reales.
A veces, cuando la realidad se cruza con la ficción, los resultados pueden ser tanto inesperados como emocionantes. Y así, esa noche, primero en el bar y luego en la parte trasera del coche de mi esposo, se convirtió en una de esas historias que una nunca olvida, con un toque de picardía y un recuerdo especial.
Nos quedamos solos en el coche, mi esposo y yo. Me miró con una mezcla de diversión y deseo.
—¿Qué hacemos? ¿Nos vamos para casa o te apetece tomar otra copa? —me preguntó Enrique, dispuesto como siempre a complacerme.
—Ven aquí —le insté, mimosa, para que se pasara al asiento de atrás, limpiándome la mano con un pañuelo de papel.
Dos minutos después, yo cabalgaba frenéticamente sobre mi esposo, jadeando.
Él sonrió, sus manos aferrándose a mis caderas mientras yo comenzaba a moverme, cabalgando frenéticamente sobre él. Cada movimiento era una liberación de la tensión acumulada, una afirmación de nuestra conexión y amor.
La intimidad del coche, el eco de nuestros gemidos y susurros, todo contribuía a la atmósfera cargada de erotismo. Mis manos se aferraron a sus hombros mientras aceleraba el ritmo, sintiendo su dureza llenándome por completo.
—Te amo —murmuró entre jadeos, atento al balanceo de mis pechos liberados del vestido.
—Y yo a ti —respondí, sintiendo el clímax acercarse, notando cómo mis músculos se tensaban al máximo.
Finalmente, nos quedamos quietos, nuestros cuerpos entrelazados mientras recuperábamos el aliento. La noche había sido extraña, habíamos buscado tener una noche romántica solo para nosotros dos.
—¿Vamos a casa? —preguntó mi esposo, acariciando mi rostro con ternura.
—Sí, vamos a casa —respondí, sonriendo.
La experiencia no solo me dejó una historia agradable para contar, sino que también reafirmó la increíble conexión que puede surgir entre las palabras escritas y los encuentros reales. A veces, cuando la realidad se cruza con la ficción, los resultados pueden ser tanto inesperados como emocionantes. Y así, esa noche, primero en el bar y luego en la parte trasera del coche de mi esposo, se convirtió en una de esas historias que una nunca olvida, con un toque de picardía y un recuerdo muy especial.
Confieso, querido lector, que me habías dejado caliente como una perra en celo.
Una historia real de Deva Nandiny
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Comentarios
Maravillosas y ardientes palabras
Un encuentro inesperado pero agradable que no siempre ocurre
Gracias por contar la aventura ❤️🔥❤️🔥🥰🥰💋💋💋👏👏👏👏👏👏
Gracias a ti por visitar mi web y leer mi aventura. Un besito
Joooo. Cuantas veces habré soñado, pensado e incluso escrito yo sobre un encuentro así.
Bueno, siempre nos quedará nuestro fabuloso encuentro en Lisboa... aunque se quede sólo en pura ficción.
Bicos Olivia!
Ya sabes que siempre la realidad supera la ficción, por mucha imaginación que creamos tener, la realidad se impone. Bicoss
Conocí a Deva en Santander, yo iba con mi esposa y Deva con su novia y con su esposo. Tanto mi mujer y yo somos ardientes lectores de literatura erótica... Fue precisamente mi mujer quién la reconoció, esa es Deva... Nos acercamos tímidamente para saludarla y ella fue muy simpática. Estuvimos hablando, lastima que no nos atrevimos a pedirte el tanga
Cuando se me acerca alguien con el mismo respeto y discreción que lo hicisteis vosotros, siempre respondo de forma positiva. La próxima vez, si así lo deseáis os regalaré el tanga jijijij un besito
Siempre me ha fascinado tu literatura elegante y directa. Participé en un grupo de WhatsApp donde algunos escritores de relatos eróticos intercambiábamos opiniones. Creo que tu entraste por primera en la quinto o sexto debate. Todavía no habías escrito novelas, tan solo relatos, pero ya se percibía tu arte y tu talento. La primera ve que te vi en una de esa videollamadas de Skype me quedé prendada de tu rostro, de tus ojos claros y de pelo rubio
Hola, Marcela!!!
Recuerdo esa época con enorme cariño, en la que comenzaba a escribir relatos sobre mis experiencias. Me acuerdo mucho de Paul, que siempre criticaba que escribiera sobre experiencias personales, y me retaba a hacer ficción erótica. Un beso enorme