
Llevaba hablando con Javier y Eva durante meses. Nos conocimos a través de mis redes sociales, ya que ellos habían leído varias de mis obras. Primero comenzaron a llamar mi atención con comentarios sutiles, luego con mensajes cada vez más atrevidos. Pronto llegaron los emails, los WhatsApp… Hasta que un día yo misma ofrecí hacer una videollamada. Desde el primer momento, las miradas estuvieron cargadas de insinuaciones y en los silencios se percibía el deseo que flotaba en el aire con absoluta normalidad, sin artificios. Nos gustábamos, era evidente.
Pero fue Eva quien más insistió en que nos viéramos en persona. Quería sentirme cerca, asegurarse de que la química que teníamos a distancia fuera real. Me lo decía entre sonrisas pícaras, mientras Javier la miraba con complicidad.
—Sería una fantasía poder follarnos a nuestra escritora favorita —decía Eva una y otra vez.
Él parecía más reservado, pero notaba en su mirada el mismo interés. Aprovechando que querían conocer Bilbao, quedamos para tomar algo, y la conexión fue instantánea. No había tensiones, solo una conversación fluida, miradas furtivas y sonrisas que se alargaban de más.
Durante la cena, volvieron a contarme su historia. Tiempo atrás, intentaron meter a otra mujer en sus juegos. Una amiga de Eva, alguien con quien creyeron que todo sería fácil, pero la experiencia no salió bien.
—Desde el principio hubo algo que no encajaba… —dijo Eva, girando lentamente la copa entre sus dedos—. Yo la invité, pero creo que lo hice más porque a Javier le gustaba; siempre había sentido cómo la miraba.
Su tono era ambiguo, con una mezcla de nostalgia y frustración. Javier, por su parte, se limitó a asentir, sin interrumpirla.
Me contaron que aquella noche comenzó bien, con la emoción del descubrimiento, con besos robados y pieles que se fundían en la penumbra. Pero a medida que la intensidad crecía, Eva sintió que algo se rompía dentro de ella. No eran celos, ni inseguridad, sino una incomodidad sutil, como si estuviera observando una escena en la que no terminaba de encajar.
—Me sentí… desplazada —confesó en voz baja—. No porque él hiciera algo mal, sino porque, de pronto, todo se sintió extraño. Como si estuviera cediéndole espacio a alguien más en algo que siempre había sido solo nuestro.
Intentó disimularlo, convencerse de que era normal, de que simplemente tenía que relajarse y dejarse llevar. Pero el placer dejó de ser placer y se convirtió en un acto mecánico, en algo que hacía porque “se suponía” que debía disfrutarlo. Javier notó el cambio e intentó suavizarlo, equilibrar la situación, pero la tensión ya estaba instalada en la habitación.
—La despedimos con la mejor sonrisa posible, pero cuando cerramos la puerta, nos dimos cuenta de que algo entre nosotros se había torcido —intervino Javier por fin—. Fue como si hubiésemos cruzado una línea sin estar realmente preparados para ello. Estuvimos mal durante semanas. Incluso llegué a pensar que jamás lo superaríamos.
Desde entonces, ambos decidieron que, si volvían a intentarlo, lo harían de otra manera. No querían repetir el error de aquella noche. Esta vez, irían paso a paso, asegurándose de que todo fluyera de forma natural. Querían experimentar sin presiones, sin las reglas rígidas de un trío convencional.
Y ahora, mientras los escuchaba, noté en sus ojos que esta vez era distinto. Que esta vez, realmente ambos lo deseaban; únicamente tenía que observar cómo me buscaban.
—Creo que la intención no era la correcta —me explicó Javier aquella noche, con voz pausada.
Eva suspiró, jugando con el borde de su copa de vino.
—Sí… —añadió—. Yo la convencí, pero al final me di cuenta de que lo hice más por Javi que por mí. En cambio, tú nos gustas a los dos del mismo modo… No sé si me explico.
Y ahora, yo estaba ahí, con ellos, mirándome con la misma mezcla de deseo y curiosidad.
Después de la cena, no teníamos prisa por acabar la noche. Las miradas que nos habíamos lanzado durante la comida, los juegos sutiles y las palabras con doble sentido nos habían dejado en un estado de excitación latente. Nos miramos sin necesidad de preguntarnos nada.
Fuimos a un bar con luces tenues y música envolvente, de esos lugares que parecen diseñados para que la piel se encuentre sin esfuerzo. Pedimos unos tragos y nos acomodamos en un rincón apartado. La conversación fluyó con naturalidad, como si lleváramos toda la vida conociéndonos. Hablamos de todo y de nada, riéndonos con la ligereza de quien sabe que la noche guarda promesas.
El alcohol nos desinhibió lo justo. Eva se acercó más a mí en la mesa, apoyando su brazo sobre el mío, dejando que sus dedos jugaran con los míos de manera distraída. Su perfume era una mezcla de vainilla y almizcle, dulce y embriagador. Javier, a su lado, nos miraba con esa media sonrisa de satisfacción, como si disfrutara simplemente observándonos.
Cuando la música cambió, Eva me tomó de la mano y me arrastró a la pista. Nos movimos despacio al principio, midiendo los tiempos, sintiendo el ritmo en nuestros cuerpos. Luego, el baile se volvió un juego de insinuaciones: sus caderas rozaban las mías, su boca se acercaba a mi oído para decirme cosas que se perdían entre la música y mi propia respiración agitada.
—Estoy deseando ver cómo te lo follas —aseguró, guiñándome un ojo—. Me da morbo pensar que mi novio pueda ofrecerte esta noche esos órganos que narras en tus novelas.
Miré a su novio; sin duda era un chico atractivo, alto, musculoso y con barba. Bastante follable para mí. Muy de mi gusto.
—Me tenéis más caliente que el vapor en una ducha compartida. Está muy bueno, los dos lo estáis —añadí guiñándole un ojo.
Javier no tardó en unirse. Se colocó detrás de mí, con su musculoso tórax pegado a mi espalda; sus manos recorrieron mis brazos con sutileza. Sentía su aliento caliente en mi cuello, la manera en que su cuerpo se amoldaba al mío mientras Eva nos miraba con una sonrisa pícara. Me giré para encontrar su boca y nos besamos por primera vez en la penumbra del bar, con el sonido de la música envolviéndonos como un murmullo de fondo.
Eva nos observó, manteniendo sus apetitosos labios entreabiertos, ligeramente palpitantes, como si el deseo no pudiera ocultarse tras la mirada de sus ojos brillantes. Había en su rostro una chispa inquietante, algo casi salvaje, que la hacía parecer al mismo tiempo serena y devoradora. No tardó en acercarse, en mover su cuerpo con la elegancia de una serpiente que sabe que todo lo que toca se convierte en su presa.
Su boca encontró la mía con una delicadeza que era a la vez tierna y exigente. La lengua de Eva danzó con la mía, lenta al principio, como quien busca conocer cada rincón del otro, pero pronto se tornó impetuosa, como un río desbordado que no puede detenerse. Las manos de Eva, con una firmeza que casi dolía, me apresaron por la cintura, tirando de mí hacia su cuerpo, haciéndome sentir la presión de su calor.
Era como si la electricidad hubiera atravesado el aire entre nosotros, encendiendo cada fibra de mi ser. La corriente que pasaba de un cuerpo a otro no era solo un deseo físico, sino algo más profundo, más primitivo, que nos unía en un instante de incontrolable necesidad. Era un abrazo de almas, o tal vez de cuerpos, que no podían, ni querían, separarse.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, besándonos, tocándonos, olvidándonos del resto del mundo. Solo sé que, cuando salimos del bar, ya no había dudas ni vacilaciones. Caminamos hasta el hotel con risas entrecortadas y las manos entrelazadas, con el deseo latiendo en cada paso, con la certeza de que esa noche era de los tres.
Eva fue la primera en dar el paso, mientras Javier cerraba la puerta de la habitación.
Nos besamos, su boca tenía un sabor dulce, su lengua era atrevida y sus manos trazaban líneas de calor en mi piel. Mientras tanto, Javier nos observaba desde la cama; sus ojos oscuros brillaban con esa intensidad que solo tienen los hombres que saben lo que quieren.
Yo misma la fui desnudando mientras ella hacía lo mismo conmigo, comiéndomela poco a poco. Primero saboreé sus pequeños y dulces pechos, repartiéndole cientos de besos, sintiendo cómo sus pezones se endurecían. Pero entonces un suspiro escapó de mis labios cuando Eva introdujo su mano por debajo de mis bragas, percibiendo toda la humedad que mi coño acumulaba esa noche.
—¡Joder, Olivia! ¡Qué puta estás! —dijo lamiéndose los dedos sin dejar de mirarme a los ojos—. Veo que no exageras nada en tus novelas.
A continuación, nuestros cuerpos se juntaron, buscándose y rozándose, mientras que los besos se hicieron más profundos, más intensos, como si quisiéramos devorarnos sin prisas, sin final.
Cuando nuestras caricias se volvieron más intensas, Javier, que seguía observándonos, comenzó a desnudarse lentamente, como disfrutando del espectáculo. Y entonces, en un giro inesperado, decidí cambiar el juego. Me acerqué a él, lo besé, dejando que sus labios me atraparan con esa mezcla de sorpresa y deseo. Sus manos encontraron mi piel, sus dedos se deslizaron con una seguridad deliciosa.
Y justo cuando me acomodé sobre su regazo abriendo mis piernas, sintiendo su calor apoderarse de mí, la vi.
Eva estaba de pie junto a la puerta; en unos segundos se había vestido. Sus ojos estaban vidriosos, con una expresión rota. Un sollozo se escapó de su garganta antes de que se diera la vuelta y saliera corriendo de la habitación, dando un fuerte portazo. Todo eso sucedía justo en el momento en que el glande de su novio rozaba la entrada de mi vagina.
Javier y yo nos miramos, atónitos.
—¿Vamos tras ella? —pregunté, con la respiración aún entrecortada y fundida de sentirlo dentro de mí.
Él dudó; su mirada iba de la puerta a mí. Pero su cuerpo hablaba otro idioma; su deseo era una ola imposible de contener.
No paramos.
No quisimos.
No pudimos.
La noche agonizaba dolorosamente, justo cuando Javier y yo nos entregamos a lo inevitable, dejando que el instante nos devorara, mientras la sombra de Eva flotaba transitando en alguna solitaria calle de Bilbao.
Supongo que Javier pensaría que unas horas más tarde sería el tiempo para las preguntas, para soportar los silencios incómodos de Eva, o quizás fingir el arrepentimiento. Pero esta noche… esas horas fueron solo nuestras. Inolvidablemente nuestras.
Deva Nandiny
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Comentarios
A veces los celos son muy tricioneros, a mi me pasó con mi esposo, que quería verme follando con un amigo, cuando vio como nos besamos, se quedñj descompuesto
Pobre chica, y os quedasteis follando como sin nada... yo hubiera hecho igual jejejej Excelente relato
Me encanta, muy elegante sin entrar en vulgaridades consigues transmitri el momento
Muchas veces hemos hablado mi novio y yo de tener un intercambio, es algo que a ambos nos excita, tanto por explorar con otra persona, como por ver a tu pareja. Sin embargo, no nos hemos decidido, porque él suele ser bastante celoso, y aunque en caliente dice que si, me da miedo como reacionaría despues. Por lo tanto tendré que conformarme con seguir siendole infiel. Un beso y muchas gracias por este excelente relato
jejeje no me extraña que el chico se quedara follandote en vez de ir detrás de la loca de su novia, estás que te rompes de buena y en la cama debes de ser una gran zorra
Aquí la cosa es follar y desmelenarse, di que si.
Buen relato como todo lo que escribes,sobre Eva es un querer y no poder y sobre Javi ole sus huevos no desperdicio el momento de estar con una diosa del sexo y una mujer extraordinaria
Eres maravillosa y una persona muy de fiar y una enorme escritora
Cuando me dijiste que escribias novelas erótica no me imaginaba que lo hicieras con tanta profesionalidad. Solo puedo aplaudirte una vez más. Un besazo para la reina
Desde que leí La musa de la obsesión, novela en la que te descubrí, te sigo con mucho interes. Todo lo que escribes está impregnado de tu talento. Podrías describir cualquier cosa, con un enorme elegancia
Que grande eres.... Te Adoro reina
Sin suda una nueva acción que no he leído en tus novelas y resulta que te besas con una mujer, la copula con hombres es lo que sucede con frecuencia, espero la narración con alguien de tu genero