
16 de enero de 2025
Querido diario:
No sé por qué sigo escribiéndote estas cosas, pero parece que eres el único que no me juzga. Esta noche... esta noche algo cambió, y aunque intento justificarlo, no puedo ignorar lo que sentí.
Tan solo era una reunión de amigos. La típica cena en casa de Nuria con el grupo de siempre. El aire estaba cargado del aroma a vino tinto y especias; la música sonaba a un volumen justo para permitir risas y conversaciones animadas. Ana, con su risa contagiosa, dominaba la atención del grupo, como siempre lo hace. Yo estaba más cómoda observando desde un rincón, saboreando mi copa de vino mientras mis pensamientos vagaban lejos del bullicio.
Y entonces, lo noté. Su mirada.
El esposo de Ana había estado rondando por el salón, moviéndose entre las conversaciones con esa facilidad que siempre me había llamado la atención. Pero esta vez, sus ojos se detuvieron en los míos, y algo en su expresión hizo que mi corazón latiera más rápido de lo que estoy dispuesta a admitir.
—¿Por qué estás tan callada? —preguntó cuando se acercó, sentándose en aquel hundido y viejo sofá apartado del resto, junto a mí. Su tono era relajado, casi desenfadado, pero la forma en que sus ojos buscaron los míos tenía un peso diferente.
—A veces es más interesante observar —respondí, intentando parecer despreocupada mientras acariciaba el borde de la copa con la yema de uno de mis dedos.
—¿Y qué ves? —insistió, inclinándose ligeramente hacia mí, como si estuviéramos conspirando en secreto. El olor de su perfume era intenso, pero no sofocante. Un aroma cálido, especiado, que parecía envolverme sin permiso. No sabía si era su proximidad o el peso de su mirada lo que me hacía sentir atrapada, pero en ese momento, me fue imposible pensar con claridad.
Por un momento, no supe qué responder. No podía decirle que veía a un hombre que me había hecho sentir cosas que no debería estar sintiendo, que su cercanía me hacía olvidar que éramos amigos, que estaba casado con Ana, que acababa de tener un hijo unos meses antes, que salía en bici muchos fines de semana con mi esposo, y que hacía tiempo me había hecho un juramento a mí misma, en no volver a mostrar interés ni coquetear con las parejas de mis amigas. Era una línea que había jurado no volver a cruzar. Una regla básica, sencilla, que había mantenido intacta durante un tiempo. Pero ahora, con su mirada fija en la mía y su presencia tan cercana que podía sentir el calor que emanaba de él, esa regla parecía tambalearse.
—Veo… —Empecé, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta cuando él inclinó un poco más la cabeza, acortando la distancia entre nosotros—. Veo que Ana está en su elemento —dije finalmente, desviando la conversación mientras mis ojos buscaban un punto seguro en el suelo.
—Ana siempre está en su elemento —contestó con una sonrisa, pero había algo en su voz, una nota más baja, más íntima, que no pude ignorar—. ¿Y qué más ves?
El roce fue sutil. Apenas un toque en mi antebrazo cuando hizo un gesto al hablar, como si fuera un accidente. Pero no lo fue. Lo sabía por la forma en que sus dedos se demoraron apenas un segundo más de lo necesario, como si quisiera medir mi reacción.
Sentí el calor subir por mi piel, y por un instante pensé en alejarme. Pero no lo hice. En lugar de eso, dejé que ese momento se alargara, que esa chispa invisible entre nosotros se volviera un hilo que ninguno de los dos quería cortar.
—Veo que Ana confía mucho en ti —dije finalmente, buscando una salida segura, algo que rompiera la tensión que crecía entre nosotros como una cuerda estirada al límite.
Una chispa brilló en sus ojos, un destello de algo que me hizo dudar de mis propias palabras. Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera considerando su próximo movimiento, y luego, con una calma inquietante, dejó su copa de vino sobre la mesa cercana.
—Ana confía en mí. Y yo debería estar allí con ella, ¿no? —dijo, con su voz cargada de un sarcasmo tan sutil que era casi imperceptible.
Me tensé, incapaz de descifrar si estaba probando los límites o simplemente divirtiéndose a mi costa. Pero antes de que pudiera responder, giró su cuerpo hacia mí, no lo suficiente para encerrarme, pero sí lo bastante cerca como para que su proximidad fuera imposible de ignorar.
—Y tú... —continuó susurrando, con sus ojos fijos en los míos—. ¿Confías en mí?
La pregunta me tomó por sorpresa. Era directa, desnuda y cargada de un significado que no podía ignorar. Mi respiración se aceleró, y aunque quería alejarme, no pude evitar notar cómo el calor de su cuerpo irradiaba hacia mí, cómo cada palabra que pronunciaba parecía estar diseñada para atravesar cualquier barrera que hubiera intentado levantar.
—No sé si debería —murmuré, con un tono apenas audible—. La mayoría de los hombres interesantes que conozco, no son de fiar
Una sonrisa lenta se formó en su rostro, y por un momento pensé que iba a responder. Pero en lugar de eso, se inclinó aún más cerca, con su perfume llenando el aire entre nosotros, y su mano rozando la mía, un contacto tan breve y ligero que podría haber sido accidental… pero no lo fue.
El resto de la sala seguía vibrando con risas y música, pero en nuestro rincón, el mundo parecía haberse detenido. Lo miré, y en sus ojos vi algo que reflejaba lo que sentía en ese momento: un deseo tan intenso como inadecuado, una atracción que ninguno de los dos podía negar.
—Entonces no lo hagas —susurró finalmente, con un tono que era a la vez una advertencia y una invitación.
Me quedé quieta, incapaz de moverme, mientras su mano rozaba la mía una vez más, esta vez con más intención. Fue una caricia que envió un escalofrío por mi espalda y me dejó temblando, aunque no hacía frío.
—¿Siempre estás tan atenta a los detalles? —preguntó, y esta vez su voz sonó aún más tentadora, apenas audible por encima de la música.
Asentí, sin atreverme a decir nada. Mi respiración era demasiado pesada para que él no la notara, y sabía que mi silencio lo alentaría.
—Yo también lo estoy —confesó, inclinándose lo suficiente como para que su aliento rozara mi oído—. Y hay algo cada vez que te miro que no puedo ignorar.
Las palabras se deslizaron sobre mi piel como un secreto, uno que no estaba preparada para escuchar, pero que tampoco quería rechazar. Giré mi rostro hacia él, más por instinto que por decisión, y nuestras miradas se encontraron a una distancia que apenas dejaba espacio para respirar. De haber tenido la oportunidad, nos hubiéramos besado.
El sonido de las risas y las copas chocando en la mesa parecía provenir de otro mundo. En este rincón, éramos solo él y yo, atrapados en una burbuja donde lo correcto y lo incorrecto se mezclaban hasta ser indistinguibles.
—Deberías volver con Ana —murmuré, más para convencerme a mí misma que a él. Seguramente, mi tono no era nada convincente.
—Y tú deberías dejar de mirarme así —respondió, con una sonrisa perfecta que hizo que mis piernas flaquearan y mi ropa interior comenzara a humedecerse.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, atrapados en esa tensión deliciosa y peligrosa. Sé que su mano encontró mi muslo, ocultándola entre nuestros cuerpos, y que el calor de su piel hizo que mi mundo se tambaleara. Fue solo un instante, una conexión que nadie más notó, pero que para mí lo cambió todo.
Cuando finalmente se apartó, sentí el vacío que dejó su ausencia, como si se hubiera llevado algo de mí que no sabía que necesitaba. El resto de la noche lo vi reír y charlar con los demás, pero cada vez que nuestros ojos se cruzaban, la chispa seguía ahí, viva, esperando el momento adecuado para explotar.
¿Por qué no me alejé cuando tuve la oportunidad? ¿Por qué no puse un límite? Ahora, no dejo de pensar en él, en ese momento, en lo que podría haber pasado si uno de los dos hubiera sido lo suficientemente valiente para cruzar esa línea.
Esa noche, querido diario, aprendí que el peligro no siempre llega con estruendo. A veces es un susurro, un aroma, un roce que promete todo lo que no deberías desear.
Añadir comentario
Comentarios
No me extraña en absoluto que el esposo de Ana intente seducirte, pues todo hombre que se precie, en su sano juicio, no podría hacer otra cosa; es su deber, ante tal visión, rendirse al encanto que emanas.
Muchas gracias, amor. Eres un tesoro muakis
Gracias por compartir este fragmento de tu vida, pura delicatesen literaria errótica
Gracias cariño, es un verdadero placer haceros participes de algunas pinceladas de mi vida
Solo imaginrte, me haces ponerme duro como una piedra
Me alegro poseer es poder. Un beso
Qué tendrán siempre los novios o maridos de las amigas que hacen que los veamos siempre tan follables... a mi tb me pasa jeejejej
jejejeje es cierto Chus, es algo de lo que no se habla, pero que está ahí
Siempre has dicho que desde niña escribes un diario. No puedes imaginarte lo que daría por poder leerlo jejejeej podrías publicarlo, tiene que ser muy caliente leer tus primeros pensamientos de adolescente y compararlos con los de ahora
Gracias Arturo. Es cierto comencé a escribirlo con diez años, fíjate si ha llovido. A veces es bonito volver la vista atrás
Solo tienes que ponerle un precio a ese diario. Lo quiero
jejeje no me tientes
Que interesante, me encanta leerte, me tienes cada día más y más enganchada. Entro varias veces a la pagina par ver si hay nvdades. Un beso
Hola Inñés, muchas gracias, tus palabras son gasolina para seguir trabajando. Un beso enorme
ue zorra eres, seguro que se follo a su esposa pensando en ti esa noche
jHola, amor. No sé si esa noche folló con su esposa, y si lo hizo, tampoco sé en quién pensó al hacerlo. Pero es morboso imaginárselo. Un beso
Interesante y excitante y no tengo duda de que esas páginas en blanco de tu diario serán manchadas con tu excelente forma de expresar tus miedos y deseos.(Me quedado con ganas de leer más.gracias)
Muchas gracias amor. Espero poder compartir alguna página más de mi diario
Te adoro, no solo como amiga tuya. También como una fiel lectora de tus novelas. Estoy deseando volver al botxito y verte, compartir unos potes. Muxus linda
Te adoro reina. Un beso enorme, gracias por leerme