Deseo comprado, placer concedido. Otra anedota real de Deva Nandiny.

Publicado el 8 de marzo de 2025, 11:24

Recuerdo que era muy joven y me estaba preparando los exámenes de selectividad del instituto. Solía salir de la biblioteca al caer la tarde, con la mente saturada de fórmulas y fechas, con la vista nublada por el cansancio. La brisa tibia de la primavera me despejaba mientras cruzaba el parque, un lugar que a esa hora comenzaba a llenarse de sombras alargadas. Fue allí donde lo vi. Un hombre mayor, de traje cuidado, pero gastado en los puños, de expresión neutra, pero ojos inquisitivos, me llamó con una voz que parecía deslizarse entre las hojas caídas de los árboles. Me detuve apenas un instante, lo suficiente para oír su propuesta insólita:

 

—Chica, qué hermosa eres… Si me das tus bragas, te doy cincuenta euros.

 

Su voz era firme, sin titubeos, como si no pidiera, sino afirmara un destino inevitable. No había vergüenza en su tono, ni súplica, solo la certeza de quien se cree dueño de sus deseos. Pero no lo era. Porque en ese instante comprendí que el verdadero poder no estaba en su oferta, sino en mi respuesta.

 

Aceleré el paso, con el corazón latiendo en un compás irregular. Pero algo en su oferta, en su audaz franqueza, en el roce súbito entre el asombro y la turbación, me hizo detenerme. No era solo el desconcierto ni la provocación de lo inesperado. Era algo más profundo, más primitivo. ¿Era miedo lo que sentía… o el vértigo embriagador del dominio absoluto?

 

Una descarga ardiente recorrió mi cuerpo, un cosquilleo que se extendía desde la piel hasta el tuétano, inflamando cada latido. En ese instante lo comprendí: yo tenía el control. Su deseo, desnudo y frágil, pendía de mi decisión, de un gesto mío. Bastaba con que lo ignorara para reducirlo a la nada. Bastaba con concederle lo que anhelaba para convertirlo en mi instrumento. Y esa certeza, ese poder tangible en la palma de mi mano, fue lo que realmente me hizo detenerme.

 

Seguí caminando unos metros, pero el eco de su propuesta reverberaba en mi interior, entremezclado con pensamientos prácticos. Se me habían roto las planchas del pelo, un regalo de mi madre hacía pocos meses. ¿Qué era, en el fondo, un simple trozo de tela a cambio de una necesidad tangible? Me detuve. Giré sobre mis pasos. Él seguía allí, inmóvil, expectante, con su respiración suspendida entre la incredulidad y la esperanza.

 

—Está bien, dame los 50 € y te daré mis bragas —dije con la voz más firme de lo que esperaba.

 

Él extendió el brazo, ofreciéndome el billete, con sus ojos puestos sobre los míos.

 

—Pero quiero ver cómo te las quitas.

 

No dudé un instante y cogí el billete. Eso a pesar de que a esas horas había bastante gente paseando en el parque.

 

—Está bien, pero vayamos hasta allí —dije apuntando un grueso árbol.

 

Y allí, parapetada por el tronco de aquel grueso eucalipto, me planté frente a él y, con una lentitud deliberada, deslicé mis bragas hasta los tobillos. La expresión de su rostro se transformó: de la sorpresa al goce, del goce al triunfo.

 

—Anda, sé buena chica, levanta un poco más la falda y déjame verte el chocho tan hermoso que debes de tener. —Su voz era áspera y gruesa, pero sonaba como una súplica.

 

Entonces, elevando la falda de mi uniforme, le mostré orgullosa mi coño, aun manteniendo las bragas en los tobillos. Mientras sin pudor exhibía mi propia desnudez ante aquel desconocido, lo observaba con suma atención. Su mirada era sucia, corrupta, perversa… Sentí como alargó su mano y rozó levemente mi vulva, como si no pudiera contenerse a tocar lo que tanto adoraba. Pero entonces bajé la falda de mi uniforme a cuadros, y cogiendo mis bragas se las entregué. Eran de un color blanco inmaculado, sin adornos, nada glamurosas.

 

—No tengas miedo —dijo, cogiendo mi ropa interior, al tiempo que absorbía mi fragancia de hembra joven—. Te daré lo que me pidas, lo que tú quieras si me dejas tocarlo… Ponle el precio.

 

Guardé el dinero sin titubear y me alejé, sintiendo su mirada clavada en la curva de mi espalda. Al llegar a casa, me recosté sobre la cama con el billete aún en la mano, observándolo bajo la luz mortecina de la lámpara. La sensación no era de culpa ni de vergüenza, sino de un ardor nuevo, inexplorado. Entre mis muslos, el calor se extendía como una llama tenue, alimentada no solo por la transgresión, sino por la certeza de haber sido, a pesar de lo que pueda parecer, absolutamente dueña de mi cuerpo y mi deseo. Espero vuestros comentarios.

Deva Nandiny

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Comentarios

frank
hace un mes

Que bruto me pones

Marisa
hace un mes

Yo la primera vez que le hice una paja a un hombre, fue a un hermano de mi madre a cambio de una bici de montaña jejejeje recuerdo como me temblaban las manos

Pilar
hace un mes

Me admira tu facilidad para la escritura, de la cosa más ordinaria, eres capa de crear algo bello, elegante y erótico. Se te podrán decir muchas cosas, pero como escritora un 10. Eres consciente de que si en tus historias, las dulcificaras un poco y metieras chicos guapos y algo de romanticismo tendrías miles y miles de lectoras? Deberías probarlo

Marcel
hace un mes

Estoy leyendo entregada al jefe de mi marido bufffffffffffffffff me tienes loco, cabrona... Cuando termine, empezará mi madre es una milf y luego te pedire consejo para la siguiente. Un beos

Marcos
hace un mes

Hola Olivia, al leerlo me sentí al lado de los dos observando la situación y tan excitado como el señor por el momento, felicitarte por la vivencia y por la manera de transmitirnos lo vivido. Un besazo Oli

Fern
hace un mes

Ya eras buena golfa de joven, bunea historia

Pablo
hace un mes

He leido esta anedota, contada más de pasada, en alguna de tus novelas, no recuerdo cual, pero creo que es en el lado oscuro de los secretos. COnfieso haber leido TODas tus novelas al menos tres veces

Manu
hace un mes

Muy morboso, pero yo le habría hecho sufrir un pico más

Jose
hace un mes

Buen relato,me encanta como expresas ese momento vivido de morbo y excitacion . Gracias

Katre
hace un mes

Excelente, atractivo y excitante relato erótico, mostrando esos atributos de ti como escritora, lo demás, bella e inteligente está implícito en ti.

Hector
hace un mes

Excelente relato, transporta