
Diseño de la portada: Karlos Zero
Texto original: Deva Nandiny
Bilbao 20-03-2025
David giró el volante con destreza y, sin previo aviso, tomó un desvío hacia un camino más oscuro y embarrado. Olivia sintió un vuelco en el estómago, pero no era miedo… era una mezcla extraña de curiosidad y excitación. La oscuridad fuera del coche parecía envolverlos, creando una atmósfera íntima y peligrosa. Sabía que, al salir de la carretera principal, estaba dejando atrás su zona de confort.
El coche avanzaba por un camino solitario de tierra, lleno de baches y rodeado de árboles que parecían acercarse más a medida que avanzaban, como si los observaran, como si todo lo que sucediera allí quedara sellado en un secreto compartido. Olivia miró a David, quien mantenía sus ojos firmes en el camino, pero había algo en su rostro que no podía pasar por alto. La sonrisa de su boca era sutil, pero sus ojos brillaban con una intensidad que la hacía temblar. La tensión se acumulaba, haciendo que cada segundo se alargara en una agonía dulce.
—¿Dónde vamos? —preguntó Olivia, con la voz aún temblorosa, por lo que acababa de pasar un rato antes en los baños de aquel pub.
David no respondió de inmediato. La miró de reojo, con sus ojos fijos en el camino.
—Aquí nadie nos molestará —dijo finalmente, apagando el motor.
Olivia tragó saliva. El aire dentro del coche se volvió más denso, más eléctrico. Sentía la piel erizada, el pulso acelerado. Sabía que lo que ocurriría allí dentro rompería cualquier límite que hubiese imaginado al inicio de la noche.
David se giró hacia ella con una expresión de absoluto dominio.
—¡Bájate!
Olivia miró hacia atrás; don Ramón, permanecía sentado en el asiento trasero y no había abierto la boca en todo el trayecto. Buscó en los ojos del viejo alguna señal, alguna respuesta que pudiera darle alguna pista sobre lo que pasaba en ese momento por su perversa cabeza. Pero él solo la miraba, impasible, como un espectador en un escenario que no le pertenecía. La fría indiferencia en sus ojos glaucos y gastados hizo que Olivia se sintiera aún más perdida, pero al mismo tiempo, una parte de ella quería entender. La otra, la que sentía el peso de la situación en cada fibra de su ser, simplemente quería dejarse llevar.
Al abrir la puerta del coche, el aire fresco de la noche la envolvió, dándole un respiro, pero también intensificando el deseo que latía en su pecho. La brisa suave le acariciaba la piel, contrastando con el calor que la quemaba por dentro. La lluvia caía, fina y templada, como una caricia invisible que se deslizaba sobre su cuerpo, haciéndola sentirse expuesta, vulnerable y, al mismo tiempo, increíblemente viva.
Dio un paso fuera del coche y sintió cómo sus finos tacones se hundían en la tierra blanda, atrapándola, como arenas movedizas. Maldijo entre dientes, frustrada por la sensación pegajosa que le anclaba los pies al barro. Con un suspiro entrecortado, decidió descalzarse. Se inclinó levemente, sintiendo el agua resbalar por su piel mientras liberaba sus pies de los zapatos empapados.
Uno a uno, los dejó en el coche, abandonándolos. El frío del suelo mojado le recorrió la piel al primer contacto. Sus pies desnudos se hundieron en la tierra húmeda, el barro SE filtraba entre sus dedos con una calidez extraña, envolviéndola en una sensación de primitiva libertad.
Cerró los ojos por un momento, sintiendo cada gota que tocaba su piel como una provocación. Algo en la atmósfera, en la lluvia ligera, la sumía en un estado de trance, como si todo lo que existiera a su alrededor se desvaneciera, dejándola a merced de lo que estaba por venir.
Se giró de nuevo hacia don Ramón, que la observaba sin moverse desde el asiento de atrás, sin una palabra, solo con esa mirada fija que parecía estar analizando cada uno de sus movimientos, como si estuviera esperando una reacción que Olivia no estaba segura de poder dar. Sin embargo, algo en su interior la empujaba a no retroceder, a no huir. Aquel silencio era ensordecedor.
Sintió la mirada de David sobre ella, quemándola de pies a cabeza.
—Apóyate en el capó del coche —ordenó él, con esa voz grave que la hacía temblar.
Olivia obedeció, sintiendo la dureza del metal contra su carne mientras David se colocaba junto a ella. Su aliento la envolvió cuando se inclinó sobre su oído.
—¿Te gusta que te controlen, Olivia? —preguntó, mirándola a los ojos.
Ella no respondió, pero su cuerpo sí lo hizo: sus labios se entreabrieron con un suspiro entrecortado.
David rio suavemente.
—Eso pensé —respondió David, con una sonrisa depredadora que hizo temblar—. Ahora, date la vuelta.
Con el corazón, latiendo con fuerza en el pecho, obedeció sin dudarlo. Se giró lentamente, sintiendo la mirada de David clavada en su espalda, en su culo, en sus piernas... Se apoyó contra el capó, sintiendo la dureza del metal contra su vientre, con el calor del motor filtrándose a través de la chapa. La posición era provocativa, vulnerable.
David se acercó a ella, como un depredador que se acerca a su presa. La luz de la luna, asomada entre dos grises nubarrones, iluminó su rostro, revelando una expresión de deseo intenso y una sonrisa que prometía placeres prohibidos.
—Así me gusta —susurró David, acercándose aún más a ella, hasta que sus cuerpos se rozaron—. Eres una mujer de fuerte carácter, pero sabes cuándo debes obedecer.
Su mano se deslizó por la espalda de Olivia, acariciando su piel con una suavidad que contrastaba con la dureza de sus palabras. Ella sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, una corriente de sensaciones encontradas, que la hacía sentir frágil y poderosa al mismo tiempo.
—¿A qué estás esperando? Desnúdate. Llevo toda la noche deseando ver qué hay debajo de ese vestido blanco —rugió David, con voz ronca y cargada de deseo.
Ella se humedeció los labios y miró a don Ramón, que permanecía sentado atrás. Sus ojos se encontraron en un cruce de electricidad pura, antes de que ella, con una mezcla de excitación y desafío, se incorporara lentamente. Sus dedos recorrieron la piel de sus propios brazos en un escalofrío anticipado, antes de deslizar las finas tiras de su vestido blanco por sus hombros.
La tela empapada por la lluvia cayó con un susurro sedoso, deslizándose por su piel hasta quedar amontonada a sus pies. Aquel costoso y elegante vestido, que ella había escogido con tanto cuidado, ahora yacía embarrado en el suelo, mezclando su pureza con la tierra húmeda del bosque.
El agua resbalaba por su piel desnuda, fría y ardiente al mismo tiempo, recorriendo sus curvas con la misma delicadeza con la que el vestido la había envuelto.
David la observó con la respiración entrecortada, atrapado entre la visión de su desnudez y la crudeza del momento. Ella levantó la vista y le sostuvo la mirada, desafiante y vulnerable a la vez. Allí estaba ella, expuesta, poderosa en su desnudez, entregada a un compañero de su esposo. Su cuerpo era un himno a la feminidad, una escultura de líneas maduras: sus senos grandes, pero firmes, se alzaban con la cadencia de su respiración entrecortada; su cintura se curvaba con armonía hasta desembocar en unas caderas sugerentes, diseñadas para el pecado.
David se tomó unos segundos para deleitarse con la visión, recorriéndola con una mirada que ardía de puro deseo. Suspiró antes de moverse, como un felino que juega con su presa. Cayó de rodillas ante ella, con sus manos aferrándose a sus muslos, con una mezcla de urgencia y reverencia.
—Que piernas más perfectas… —murmuró contra su piel antes de sacar la lengua y deslizarla con lentitud sobre la parte trasera de sus muslos.
Olivia dejó escapar un jadeo; sus dedos temblorosos buscaron el apoyo en el capó del coche. Mientras, David continuaba en su avance, degustando su piel con besos húmedos y provocadores hasta alcanzar su culo. Él separó sus redondas nalgas con las manos, exponiéndola por completo, y sin dudarlo, hundió su lengua en la calidez de su intimidad, devorándola con un deleite casi animal.
El gemido ahogado de Olivia se perdió en el bosque junto al graznido de una lechuza, igual que el de una loba en celo aullando en la noche.
David sonrió contra su piel. Esto apenas comenzaba.
Su vulva estaba húmeda, brillante, ardiendo de deseo. Por delante, sus dedos comenzaron a moverse con urgencia, acariciándose a sí misma sin poder contenerse. Tocando su piel resbaladiza por la lluvia que ahora caía con mayor intensidad. Ella dibujaba con su dedo índice círculos sobre su hinchado clítoris. Un gemido más fuerte escapó de su boca, perdido en la sofocante atmósfera del bosque.
La sensación era demasiado intensa, demasiado explosiva, demasiado irresposable. Se mordió el labio con fuerza, tratando de contener el placer abrasador que la consumía… pero ya era demasiado tarde.
—¿Esto es lo que buscabas cuando te contoneabas alrededor de la pista de baile? —preguntó David con voz ronca mientras se incorporaba.
La tensión entre ambos era como un hilo a punto de romperse. David se incorporó y Olivia tragó saliva al escuchar el sonido de su bragueta abrirse. Su pulso se aceleró, y el aire pareció volverse más denso. Estaba excitada, pero sentía que no debería estar allí.
—Nunca pensé que llegaríamos tan lejos… solo era un juego… —susurró ella, sintiendo una mezcla de nerviosismo y expectación que le erizaba la piel—. Mi esposo no puede enterarse. Él no se merece esto.
La lucha interna de Olivia se intensificó, un tira y afloja entre el deseo y el miedo, entre la razón y la pasión. No sabía qué hacer, no sabía qué decir, no sabía qué sentir. Solo sabía que estaba ahí, apoyada contra el capó del coche, con aquel imbécil compañero del trabajo de su esposo y, a su espalda, el dueño de la empresa sentado en el asiento de atrás. «Malditas cenas de empresa».
David lanzó una carcajada grave, llena de deseo y triunfo.
—¿Creías que todo era un juego? —preguntó con burla mientras acoplaba su cuerpo al de ella, con su mirada oscurecida por el hambre a ese cuerpo que llevaba toda la noche deseando—. Abre bien las piernas, zorra. Voy a follarte.
El sonido de un fuerte azote resonó en el aire cuando su mano impactó contra una de sus nalgas desnudas. Olivia se estremeció de pies a cabeza, sintiendo un escalofrío placentero, recorriéndola por completo. A pesar de que le escocía la piel, no protestó. No podía. Su cuerpo ardía demasiado, con sus músculos tensos por la anticipación. Sumisamente, abrió las piernas; su respiración se volvió más errática.
—Lo único que quería… era que te fijaras en mí… —confesó con voz entrecortada, sintiéndose expuesta, pero al mismo tiempo más zorra que nunca.
David sonrió, con esa expresión de hombre que sabe que tiene el control absoluto.
—Entiendo… Eres tan calientapollas como Cristina —murmuró con voz gruesa, su aliento cálido chocando contra su piel húmeda.
Antes de que Olivia pudiera reaccionar, sintió cómo sus manos grandes y firmes se cerraban alrededor de su cintura, atrapándola en un agarre que no dejaba espacio para la duda. Sus dedos se hundieron en la piel mojada, transmitiendo un calor feroz en contraste con la fría caricia de la lluvia. Un escalofrío, mezcla de anticipación y desafío, recorrió su espalda justo en el instante en que él bajó su fino tanga de un tirón seco.
La tela mojada resbaló por sus muslos y quedó anclada en sus rodillas, un obstáculo insignificante entre ellos. Olivia apretó los labios, negándose a darle la satisfacción de una reacción inmediata, pero su cuerpo hablaba por ella: el temblor casi imperceptible de sus piernas, el latido acelerado en su cuello, la forma en que sus manos buscaron instintivamente apoyarse con fuerza contra el coche.
David sonrió; una expresión oscura y triunfal cruzaba su rostro.
—Eso pensé… que siempre has sido una calientapollas —susurró, deslizando la palma con lentitud por la curva de sus glúteos, como si quisiera memorizar cada centímetro antes de reclamarla por completo.
Olivia apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir el impacto de su cadera contra la suya, un golpe seco y arrollador que la hizo jadear con sorpresa. Su cuerpo, empapado por la lluvia y el calor del momento, se tensó instintivamente, pero no tuvo oportunidad de resistirse. David la tomó con una brutalidad feroz, hundiéndose en ella de un solo movimiento decidido, sin pausa, sin advertencia.
El aire le abandonó los pulmones en un gemido ahogado, mientras sus manos buscaban apoyo en la chapa resbaladiza, al tiempo que él la sujetaba con más fuerza, con sus dedos clavándose en su carne con una posesión primitiva. La noche rugía sobre ellos, con el agua, cada vez con más fuerza, golpeando sus cuerpos desnudos, resbalando por sus pieles en una danza caótica de frío y ardor.
David gruñó al sentir cómo su cuerpo se rendía al suyo, encajando en su ritmo salvaje. Su respiración era errática, entrecortada; su aliento se mezclaba con la humedad de la noche. No le dio tregua. La embistió más profundo, más fuerte, con una intensidad que la obligó a inclinarse hacia adelante, con las piernas de ella temblando por la violencia del placer que la azotaba.
—Dímelo —ordenó entre dientes, con su voz ronca, cargada de un deseo irrefrenable, mientras su agarre se volvía aún más feroz—. Dime que esto es lo llevas deseando hacer desde que se marchó tu marido a casa.
Pero Olivia apenas podía hablar. Solo gemidos rotos escapaban de sus labios entreabiertos mientras su cuerpo se estremecía contra el suyo. Su mente se perdía en la vorágine de sensaciones, en la mezcla perfecta de dolor y éxtasis, en la urgencia con la que él la reclamaba como si fuera la única cosa que importaba en ese instante.
La lluvia seguía cayendo con furia a su alrededor, pero lo único que se escuchaba era el sonido de sus cuerpos chocando, el jadeo compartido, la tormenta dentro de ellos ardiendo más fuerte que la que rugía en el cielo.
Un grito ahogado escapó de su boca, mezcla de gozo y placer puro. Su cuerpo se arqueó, sus uñas se clavaron en la chapa metalizada del coche. Cada fibra de su ser ardía, consumida por la intensidad del momento, por la forma en la que él la follaba sin piedad, sin reservas.
David soltó un gruñido gutural, sus manos aferradas con posesión a las caderas de ella, marcando el ritmo salvaje de sus acometidas. Entraba y salía de su cuerpo con una fuerza que la hacía jadear, sintiendo cómo cada penetración la llenaba por completo.
—Más, quiero más —gritó ella, su voz rasgando el aire, mientras sus ojos, en un estado de furia y deseo, se fijaban a través del cristal empañado del coche. La humedad del cristal parecía reflejar la tormenta interna que se desataba en su pecho. En la penumbra de la noche, sus ojos encontraron la mirada fija de don Ramón, quien observaba la escena desde el interior del vehículo, imperturbable, con una expresión indescifrable, como si estuviera presenciando algo que no podía ni debía comprender.
—¿Quieres más, zorra? ¿Más…? ¿Más de qué? —preguntó David, con su voz convertida en un rugido de tensión, un trueno cargado de deseo reprimido, mientras la embestía con una fuerza violenta y brutal. Era como si sus movimientos quisieran destrozarla, despojarla de su calma, deshacerla en un solo instante de furia y éxtasis.
—Más… Quiero más de todo —respondió Olivia, con la voz entrecortada, sin aliento, pero llena de una necesidad visceral que recorría su cuerpo.
Sintió cómo el primer espasmo de placer la sacudía, un estremecimiento que viajaba desde su centro hasta cada poro de su piel. Un grito ahogado escapó de su boca, casi imperceptible, como un susurro entrecortado de desesperación. Sus manos, temblorosas, no hallaron nada a lo que aferrarse, buscando un ancla en medio de un mar de sensaciones desbordantes, mientras su cuerpo respondía de manera involuntaria, atrapado entre el deseo y la necesidad de algo “más”, siendo un adverbio de cantidad, que no podía ni quería definir.
La lluvia caía con fuerza, arrastrando el calor sofocante de sus cuerpos unidos por el placer. Sobre el capó del coche, ella yacía exhausta, con la piel ardiendo y el pecho subiendo y bajando en un ritmo desbocado. David, con los ojos encendidos de deseo, le asestaba las últimas embestidas, profundas, salvajes, llevándola al borde del abismo una vez más.
Los dedos de ella arañaban el metal frío, mientras gritaba con fuerza a la noche. La tormenta cubría el mundo exterior, pero ahí, en ese instante, solo existían ellos. Su espalda se arqueó con el último latigazo de placer, mientras él, con un gruñido ronco, se derramaba en su interior, tal y como había deseado hacerlo durante años.
Por un instante, todo quedó suspendido. Solo el sonido de la lluvia, de sus jadeos entremezclados, del eco de un deseo satisfecho. David apoyó la frente en su cuello, besándola con una ternura inesperada.
—Joder… —susurró contra su piel húmeda—. Me vuelves loco.
Ella sonrió con los ojos cerrados, todavía temblando, y deslizó los dedos por su nuca.
—Dame cinco minutos —murmuró con voz ronca—, y te demostraré lo que es volverse loco de verdad.
David soltó una risa entrecortada, hundiéndose aún más en su cuerpo, sin intención alguna de dejar que la tormenta allá fuera apagara el fuego entre ellos.
Fin
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Comentarios
Qué arte tienes... cada día escribes mejor y me pones más burro. Quien te tuviera así sobre el capó de un coche.
Hola Olivia, no puedes imaginarte cuanto me identifico con tu idea de sexo. Me llamo Elsa, soy d Madrid y tengo 19 años, y a pesar q soy una mujer como mucho carácter y muy dominanta, en la cama me gusta que un tío me coja y me empotre. Para que voy a decir lo contrario
Primero por felicitar, soy una fiel seguidora tuya, he leído todas tus novelas, mi favorita es la musa de la obsesión y mi madre es una Milf. Gracias por este relato, una verdadera joya con tintes bastante góticos, tal como expresas en tus novelas de terror, hay has mezclado esa forma de escribir más barroca, por primera vez, en un texto erótico. Me encanta... Me recuerda una vez, hace muchos años. Te pongo en situación: un descampado, una tormenta, el mejor amigo del que era mi novio por aquel entonces y yo... Me has hecho volver a vivirlo. Un beso y mil gracias, preciosa.
Eres mi ideal de mujer y vivo desde hace más de un año obsesionado contigo. Tanto es así que no envidio a tus amantes, envidio a tu marido por poder compartir la vida contigo, aunque te tenga que permitir excesos con otros hombres, en mi caso, con tal de estar contigo también lo haría. Leo todo lo que publicas tanto en amazon como en esta web, te sigo en redes sociales por telegram... una vez me respondiste por wasap... te amo
Precioso relato de la que para mi gusto es la mejor escritora de novela erótica de España. Adoro tu estilo, directo pero elegante, cuidado pero arriesgado, sin artificio ni aburridos romances como los de la Maxwell. Gracias por el relato, eres muy generosa con tus lectores, ojalá algún día obtengas el reconocimiento que sin duda mereces.
Impregnas tanto realismo en tanto en tus relatos como en tus novelas, que me pones el vello de punta cada vez que te leo, además de otra cosa jejeje Precioso relato, digno de tu talento
Joooooooooooooooooooooo quiero más, necesito leer más cosas de ti... Y es que lo he leído completamente TODO, novelas, relatos, publicaciones en web... y siempre tengo ganas de más. Me tienes enganchadísima
Maravilloso y deliciosamente caliente.
Hola Olivia has conseguido además de excitarme muchísimo sentirme implicado en la escena como si estuviera ahí mismo de miron, como siempre tu estilo literario me hacen sentir de pies a cabeza. Como siempre te digo un besazo enorme te mando Olivia 😘
Hola Oli,muy buen relato me encanta como expresas esas situaciones de morbo y excitacion con toque voyeur e infidelidad.Subes mucho mi temperatura cada vez que te leo hasta el punto de ebullición jejeje,eres la mejor.Mejor que mandarte un beso un lametazo😝
Hola Oli,muy buen relato me encanta como expresas esas situaciones de morbo y excitacion con toque voyeur e infidelidad.Subes mucho mi temperatura cada vez que te leo hasta el punto de ebullición jejeje,eres la mejor.Mejor que mandarte un beso un lametazo😝
Gran muestra de un relato cautivador , no deja que te relajes ni un segundo al más puro estilo Deva , caliente y excitante por igual ( incluso bajo el chirimiri jejeje ) un placer leerte Olivia .
Otro dedo a la salud de Deva Nandiny!!!!!!!!!!!!!!!